miércoles, 5 de julio de 2017





EN EL TREN

Me encuentro en la estación,
En el centro de la nada,
Con la nieve por la cintura,
En una estación de madera gris,
Raída y gastada por el paso de los años.

El frio es extremo, impide respirar,
Y mis mandíbulas se empiezan a helar,
Las mantengo prietas, sin bostezar siquiera,
Subiré al primer tren que venga, qué más da,
No tenía hoja de ruta, ni planes,
Solo mi inercia me conocía.

Llegó un tren de metal brillante,
Me subí, sin billete ni destino,
Pues ignoraba el lugar donde iba el tren.

Me acomodé en la segunda clase,
Solo ahí encontré entre personas y maletas,
Un lugar, en el que quedé dormido, deshecho.

Al despertar, el silbato del tren,
Me hizo ver que dejábamos una estación atrás,
Y que la mayor parte de personas, bultos,
Viandas y maletas,
Habían desaparecido.

Pude, de esta manera, acoplarme
El la clase preferente, más cómoda y solitaria.

Tal era mi desidia, cansancio e ignorancia,
Que volví a quedar dormido,
Ahora ya al abrigo de una calefacción querida.

Entonces vino el revisor, con un lustroso traje,
Y me pidió el billete, que denostadamente,
No tenía.

Me dijo el señor, a la vista de mi maltrecho aspecto,
Que me sentase en la primera clase,
Que podría descansar y él no quería hacerme mal,
Así pues, y sin billete, me instalé en la primera clase.

Era un lugar de comodidad extrema,
Acompañado por personas refinadas y aspecto formal.

Al no tener destino, ni necesidad de billete,
Opté por entrar sin permiso, en un camarote,
Me instalé, saqué mi enciclopedia ilustrada,
Mi cuaderno gran jefe, y la pluma Monblanc.

Me entretuve leyendo, estudiando,
Investigando y reflexionando,
Tanto tiempo que,
Al querer volver a la realidad,
Me enteré de que el tren no pararía más.

Así pues, fui percatándome de lo veloz,
Lo tremendamente velos que iba ya el tren,
Tanto así que yo, ahora ya,
Ni queriéndolo así, me podría bajar,
Y si me apease en marcha, fallecería.
Tal era la situación, que decidí acomodarme,
Pedir comida y seguir en el tren,
Al abrigo del calor y la comodidad del lugar.

Entonces supe que
Jamás me podría apear.




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