Poema de Carmen Castejón Cabeceira
Herirse puede hacerse una costumbre
que se acomoda en casa
y luego no hay manera de barrerla hacia fuera.
Circunscrito el silencio en nuestro cuarto
los cuerpos se han girado por la espalda
y la noche de gestos indelebles,
transcurre como piedra sin roces en los dedos,
sin sentirse la sangre de raíz.
Revienta así el rencor y la venganza
y la cuerda se tensa.
Solo necesitamos la primera palabra
o la palabra última
para hacerla romper,
o volver a los tiempos
en los que no nevaba entre nosotros
y la cuerda era floja, casi mágica.
Herirse puede hacerse una costumbre
que se acomoda en casa
y luego no hay manera de barrerla hacia fuera.
Circunscrito el silencio en nuestro cuarto
los cuerpos se han girado por la espalda
y la noche de gestos indelebles,
transcurre como piedra sin roces en los dedos,
sin sentirse la sangre de raíz.
Revienta así el rencor y la venganza
y la cuerda se tensa.
Solo necesitamos la primera palabra
o la palabra última
para hacerla romper,
o volver a los tiempos
en los que no nevaba entre nosotros
y la cuerda era floja, casi mágica.
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