Otero
Cada mañana,
al empezar la marcha,
Algún pastor
me decía, con
El
convencimiento cristalino
De un niño
sin malas artes,
Que la
llegada estaba, con certeza,
Tras el
otero que cerca de mí había.
Cada mañana,
perdiendo la esperanza,
Pues el
otero seguía tan lejos,
Otro pastor,
buen hombre,
Me decía
calladamente, sin miedo,
Que mi
llegada estaría en un otero,
En el que ya
estaba a tiro de piedra.
Las mañanas
cada vez eran más largas,
Las jornadas
cada vez más duras,
La esperanza
se iba disipando,
Y mi
cansancio en aumento.
Un día, era
tal mi desesperanza
Y mi
agotamiento, que esa mañana
No me
levanté.
Pasó el
tiempo, mucho tiempo,
Y, de pronto
un día,
Al alzar la
vista,
Con la
sorpresa
Más grande
conocida,
Vi el otero,
Ese día
empecé
A vivir.
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